Diccionarios de la Biblia Xabier Pikaza INDICE de PALABRAS - Diccionario Bíblico - Xabier Pikaza
Hay bastantes y buenos diccionarios de la Biblia, no sólo en otras lenguas (inglés, alemán, francés...), sino también en castellano. A pesar de ello he querido elaborar el mío, porque pienso que ofrece alguna aportación para aquellos lectores que, sin ser especialistas, quieren conocer mejor la Biblia como fenómeno cultural y literario, social y religioso. No incluye un estudio sobre todas las palabras y personas, todos los estratos, problemas y tareas de la Biblia, pues de ello se ocupan otros diccionarios, que aparecen reseñados de manera oportuna en la bibliografía. Pero expone y comenta con cierto detalle las líneas principales del despliegue y comprensión de las Escrituras judías y cristianas desde un punto de vista histórico, social y religioso. Comencé a escribirlo hace tiempo, en 1995, cuando algunos amigos de la editorial Verbo Divino me pidieron que trazara, como hice, el esbozo de un gran Diccionario hispano de la Biblia, con orientaciones, temas de fondo y palabras, un diccionario que tendría como subtítulo Palabra y sería la obra de un grupo numeroso de expertos y estudiosos de lengua castellana. Aquel proyecto sigue en marcha y quiera Dios que un día pueda llegar a realizarse. Pero, como lo mejor no es enemigo de lo bueno, empecé a recoger y comentar desde entonces, de un modo personal y sin agobios, las ideas y palabras de la Biblia que me parecían más significativas, para elaborar así mi propio diccionario, más pequeño que aquél, pero más unitario y teológico. Semana tras semana, mes a mes, fui preparando palabras y, de esa forma, cuando dejé la docencia activa en la Universidad Pontificia de Salamanca (año 2003), tenía ya avanzado mi proyecto. A partir de aquello, con los materiales estudiados a lo largo de más de treinta años de docencia bíblica, y con la calma de una vida ya desligada de la enseñanza directa, he podido culminar este diccionario. Quiere ser un Diccionario de la Biblia, no «sobre la Biblia». Por eso, intento que ella misma pueda hablar a los lectores, para que vayan de mi libro al Libro y lean directamente el texto, desde un punto de vista cultural y religioso. Fiel a ese deseo, he renunciado, en principio, a la excesiva erudición y a los discursos analíticos, para que importe, ante todo, la Biblia, de manera que el mismo lector pueda tomarla en la mano y disfrutar de la riqueza de sus temas, discurriendo y caminando por ellos de un modo personal. A pesar de ello, a modo de ayuda, al final de las palabras más importantes, he querido ofrecer una pequeña bibliografía, que en gran parte recojo, de un modo unitario, al final de todo el libro. Éste es un diccionario «de la Biblia». Trata de ella, no de mis ideas personales. Pero el lector comprenderá que esas ideas, fruto de mi relación con otros exegetas y de mis largos años de lectura atenta de la Biblia, han de estar y están en el fondo de este diccionario, que recoge las aportaciones y temas principales de la teología católica en la segunda mitad del siglo XX. El diccionario más amplio que habíamos querido (y queremos) escribir debería llevar como subtítulo Palabra (Dabar en hebreo, Logos en griego), pues para judíos y cristianos la Biblia es ante todo «la Palabra» de Dios. Yo he querido ampliar aquel subtítulo, poniendo así dos términos, Historia y Palabra: ellos son como los ejes sobre los que rueda el argumento central de mi libro. Quiero apoyarme en la historia bíblica, entendida como un momento importante del despliegue de la humanidad, un relato fundante de nuestra cultura occidental, humana, y por eso he destacado sus elementos narrativos: personajes, acontecimientos, figuras. Pero, al mismo tiempo, quiero que esa historia de la Biblia siga siendo en sí misma palabra, de manera que hable y denuncie, interpele y enriquezca nuestra vida de creyentes cristianos o de hombres y mujeres que quieren entender mejor su identidad y vivir con más conocimiento y gozo en el comienzo del tercer milenio. La Biblia es la Palabra, pero no para negar a las otras palabras, sino dejando que todas ellas sean y se relacionen, sin que ninguna se imponga sobre otras. Por eso he querido que éste sea un diccionario abierto al diálogo, abierto a las culturas y religiones de la tierra. Este diccionario quiere introducir a sus lectores en el mundo y la palabra de la Biblia de un modo culturalmente rico, respetando las tradiciones de la misma Biblia y de la cultura de Occidente, pero desde la perspectiva de una modernidad en la que deben encontrarse y dialogan las diversas tradiciones de la historia, vinculadas más que nunca en este tiempo de apertura universal. Escribo y presento este diccionario desde un ángulo cristiano, dentro de la confesión católica, y así quiero destacarlo: la Biblia es para mí un libro de fe y de esa manera la entiendo y analizo. Pero, al mismo tiempo, la fe cristiana (o judía), expresada en el relato y palabra de la Biblia, puede abrirse y se abre a toda la cultura humana, a todas las culturas de los hombres, sean o no religiosamente creyentes. Por eso, el lector del diccionario no tiene por qué ser cristiano. Basta con que sea un hombre o mujer que quiera comprender mejor las raíces de su cultura, una cultura religiosa, en gran parte secularizada, que le sigue ofreciendo las claves más hondas de comprensión de la realidad y de la historia. La Biblia de los cristianos tiene dos partes: un Antiguo Testamento (= Biblia hebrea), que ellos comparten básicamente con los judíos, y un Nuevo Testamento, que ellos añaden al Antiguo. Teniendo eso en cuenta, la Biblia se puede leer desde dos perspectivas principales: una judía, con el «Antiguo Testamento» como único Testamento de Dios; y otra cristiana, donde el Testamento Israelita (nuestro Antiguo Testamento) se vincula con el mensaje y vida de Jesús, a quien sus discípulos llaman (llamamos) el Cristo. Me he querido situar en esta segunda perspectiva, en línea más católica que protestante (aunque sin negar el aspecto y dimensión «protestante» de mi fe católico-ortodoxa, dentro de la tradición romana). En ese ángulo estoy, desde ese ángulo entiendo y expongo la Escritura, pero lo hago teniendo un gran respeto por el judaísmo y, sobre todo, por la opción de los demás creyentes (en especial de los musulmanes) y de aquellos que no tienen una fe religiosa, pero aceptan y estudian la Biblia como libro de cultura. No olvide el lector que éste es un diccionario, un libro de ayuda y referencia, donde las palabras van por orden alfabético, de la A a la Z. No es para ser leído de un tirón, de principio a fin, sino para tomarlo como obra de consulta, mirando en cada caso la palabra o las palabras que interesen. De todas maneras, unas palabras conducen a otras, de forma que el diccionario puede convertirse en un «racimo» de temas bien entrelazados, como voy indicando en gran parte de las palabras, que remiten con una flecha o asterisco (*) a otras más o menos semejantes. He querido que sea fácil de leer y por eso he renunciado a los tecnicismos. No cito nunca en hebreo ni en griego, lo que con los medios electrónicos actuales resultaría muy fácil. Procuro que las transcripciones de palabras hebreas o griegas (siempre limitadas) sean fáciles de entender, buscando la claridad castellana más que la total exactitud filológica. Quiero añadir, además, que las siglas y las abreviaturas son las que se suelen emplear en estos casos, de manera que el lector no tendrá dificultad en entenderlas, pues son las que aparecen de ordinario en las traducciones de la Biblia. En el índice final presento todas las palabras que he desarrollado en el diccionario, de manera que será fácil verlas de conjunto y obtener así un panorama general de mis opciones y mis preferencias. Este diccionario marca una etapa final en mis estudios de la Biblia. En él he recogido lo que ha sido mi investigación de casi cuarenta años, desde que cursé mis primeros estudios en el Instituto Bíblico de Roma (1966-1968). Éste sería un buen momento para recordar a los profesores y amigos, a los colegas y discípulos que a lo largo de esos años me han acompañado siempre en el estudio y en la vida que brota de la Palabra de Dios que está en la Biblia. Sería imposible recordarlos a todos, desde Poio y Roma hasta Salamanca y Madrigalejo. Por eso me limito a recordar a mis hermanos, a los que he citado en la dedicatoria y con ellos a Mabel, mi mujer, que me ha visto trabajar sin fin durante largos meses, siempre sobre el diccionario, sacrificando por ello otras tareas y gozos de la vida. También Bizkor me ha mirado hora tras hora mientras ordenaba los temas y perfilaba las palabras. Ellos, mis hermanos, mis amigos y colegas, Mabel, mi mujer, y en otro plano Bizkor, forman parte de este diccionario, por el que doy gracias a Dios, que me ha dado tiempo y salud, amor e iglesia cristiana para culminarlo. Con ellos recuerdo a los amigos de la editorial Verbo Divino, que, cuando yo tenía otras ideas, pensaron que podía dedicar una parte de mi vida laboral a un diccionario como éste. Con el recuerdo y presencia de todos, concluyo el trabajo, un día de Santa Águeda, que era fiesta en Orozko, mi pueblo, el 5 de febrero del año 2006, en Mambre-na, Madrigalejo del Monte. Un diccionario posee su propia dinámica, de manera que cada palabra tiene su propia identidad e independencia. Pero, en otro plano, las diversas palabras, ordenadas aquí de un modo alfabético, pueden juntarse y organizarse también según bloques de temas, formando un tipo de enciclopedia o tratado de teología bíblica. Para los lectores que quieran tomar y estudiar el libro de esa forma, estructurado por conjuntos o bloques temáticos, he querido ofrecer el esquema de lectura que ahora sigue. Lo divido en trece secciones o unidades, con sus respectivas subdivisiones, para ofrecer así una visión de conjunto del estudio de los temas principales de la Biblia, según mi diccionario. Se trata de una división lógica, siguiendo un esquema que puede emplearse tanto en la ordenación bibliográfica como en la organización de los temas de estudio de la teología. El lector verá que tras la flecha ( ) van en cursiva las palabras que estudio en el diccionario. Este primer bloque empieza incluyendo algunas palabras relacionadas con la Biblia como texto literario y religioso, poniendo después de relieve tres tipos de lectura: 1.1. El libro. La Biblia es ante todo un libro sagrado, que se parece a otros libros religiosos de otros pueblos (entre ellos al Corán). Pero tiene unos rasgos específicos, que lo definen y distinguen: Biblia, Canon, Evangelio, Lengua sagrada, Libro, Pentateuco, Profetas, Tablas astrales, Testamento, Tradición y canon, Traducciones castellanas. 1.2. Lectura judía. Los judíos han leído y siguen leyendo la Biblia con la ayuda de Targum, Misná, Midrás, Talmud. Entre sus sabios, todos ellos lectores e intérpretes de la Biblia he querido destacar, como ejemplo: Abulafia, Caro, Cordovero, Filón de Alejandría, Moisés de León y Maimónides. De un modo especial he citado algunos términos clave de la lectura cabalista de la Biblia: Binah, Cábala, Din, Hesed, Hod, Hokhmah, Kether, Malkuth, Midrás, Netzaj, Sefirot, Tifereth, Yesod. 1.3. Lectura cristiana. Está iniciada por la Didajé, Ignacio de Antioquía y Clemente de Roma. En su desarrollo ha sido esencial la aportación y crítica del gnosticismo y arrianismo. He puesto de relieve, a modo de ejemplo, las aportaciones del arte y de autores como Beato y Durero, con Schweitzer, Bultmann y Dodd. He precisado el sentido de la lectura cristiana en lecturas y sentidos. 1.4. Lectura científica. En su forma actual, se inició en el siglo XVIII. De ella tratan algunas palabras importantes del diccionario: Analepsis y prolepsis, Crítica bíblica, Estructuralismo, Feminismo y lectura de la Biblia, Filosofía, Formas, Fuentes, Hermenéutica, Historia, Intertextualidad, Lecturas, Liberalismo, Literatura, Métodos exegéticos, Narración, Narratología, Personaje, Psicología, Redacción, Retórica, Sentidos de la Biblia, Sincronía, Sociología, Texto, Trama. He querido poner de relieve las aportaciones y problemas del entorno bíblico, desde la perspectiva cultural y religiosa, destacando algunos dioses y figuras mitológicas más importantes para entender la Biblia. 2.1. Culturas. He introducido el diálogo cultural en muchas palabras del diccionario, desde el interior de la misma Biblia ( Culturas). Me he referido de un modo especial al tema en relación con el mundo grecorromano en Atenas, Areópago, Helenismo, Macabeos, Palabra, Roma, Sabiduría, Sophia. He situado el tema en el contexto del antiguo Oriente, no sólo en algunas palabras especiales ( Asirios, Culturas, Egipto, Mesopotamia), sino en el diálogo religioso, al que alude el apartado siguiente. 2.2. Trasfondo y diálogo religioso. La Biblia sólo se entiende en un contexto de diálogo de religiones y culturas. En ese contexto se sitúan algunas de las palabras más significativas: Avatara, Eterno retorno, Inmortalidad, Magia, Mito, Profetas, Reencarnación, Religión, Sacerdotes, Sacrificio, Templo. 2.3. Dioses y rasgos divinos. La Biblia es un libro monoteísta, que sólo admite como Dios a Yahvé (en el Antiguo Testamento) y a ese mismo Yahvé, que es Padre de Jesús (en el Nuevo Testamento). Pues bien, en el fondo de la Biblia vienen a manifestarse poderosas divinidades y formas divinas del entorno Ashera, Astarté-Anat, Avatara, Baal, Becerro de oro, Dualismo, Marduk, Mitos, Zeus. 2.4. Seres mitológicos y signos divinos. Quizá más que dioses en sentido estricto, en la Biblia aparecen seres y signos divinos, vinculados con Idolatría, Zoolatría. Entre esos seres: Abbadón, Abismo, Babel, Behemot, Bel, Dragón, Gigantes, Goliat, Leviatán, Rahab, Tannín, Tehom, Tiamat. En este apartado presento sólo algunos de sus rasgos, porque los temas principales del Antiguo Testamento están unidos con los del Nuevo en los números finales (del 8 al 13). 3.1. Tierra de Israel. La Biblia es para muchos judíos el libro de la «tierra de Israel», el libro en que se inspiran para habitar en ella. Entre los términos referidos a esa tierra: Agua, Betel, Gilgal, Jerusalén, Leche y Miel, Lugares santos, Mambré, Montañas sagradas, Penuel, Productos de la tierra, Promesa de la tierra, Sión, Samaría, Siquem, Templo, Tierra. 3.2. Historia. El Antiguo Testamento es ante todo un libro de historia. Entre los términos principales que aluden a ella: Alianza, Anarquismo, Conquista de Palestina, Crónicas, Éxodo, Federación de las doce tribus, Israel, Monarquía, Paraíso original, Promesas, Templo (comunidad del). 3.3. Personajes. Entre la galería de los personajes del Antiguo Testamento hemos escogido algunos que han marcado la identidad judía y cristiana: Aarón, Arauna (Ornán), Abel, Abrahán, Adán, Ana, Barac, Betsabé, Caín, David, Débora, Elías, Eva, Gedeón, Jefté (hija de), Job, Jonás, Josías, Josué, Jotán, Lamec, María (hermana de Moisés), Melquisedec, Miqueas ben Yimlá, Moisés, Noé, Profetas, Quenitas, Rahab, Rut, Salomón, Samuel, Sansón, Saúl, Simeón, Tamar, Yael. 3.4. Profetas y sabios. La Biblia es un libro profético. Los profetas son los portadores de su mensaje. A su lado, la Biblia ha colocado también a los sabios: Daniel, Eclesiastés, Eclesiástico, Isaías, Jeremías, Job, Oseas, Poetas y profetas, Profetas, Sabiduría, Salomón, Sofonías, Sophia, Zacarías. 3.5. Instituciones. En la Biblia se reflejan las grandes instituciones de Israel, de tipo legal, social y sacral. Éstas son algunas de las más significativas, que hemos querido distinguir, aunque sabemos que todas están vinculadas.
(1) Símbolos: Altar, Arca, Becerro de oro, Bien y mal, Candelabro, Cerdo, Cuernos, Desierto, Diluvio, Emmanuel, Lámpara, Leones, Números, Olivos y candelabro, Seis, Siete, Tabernáculo, Tabernáculos, Templo, Vestidos. (2) Fiestas: Ázimos, Fiestas, Pascua, Pentecostés, Purim, Sábado. Entiendo el judaísmo en un sentido amplio y reducido. En sentido amplio, el judaísmo nace tras el exilio, con la constitución de la Comunidad del (segundo) Templo. En un sentido reducido se aplica a los pertenecientes a la comunidad nacional de sinagogas que surge a partir del siglo II d.C. 4.1. Historia. Desarrollo algunos de los elementos básicos del judaísmo: Esdras-Nehemías, Esenios, Ester, Federación de sinagogas, Filón de Alejandría, Helenismo, Judaísmo y cristianismo, Judaísmo (historia e identidad), Judit, Macabeos, Maestro de justicia, Mártires, Misná, Promulgación de la Ley, Qumrán, Rabinismo, Sefarad, Sinagoga, Sophia, Talmud, Terapeutas. 4.2. Deuterocanónicos y Apócrifos (apocalípticos). Este diccionario ha puesto de relieve la importancia de los libros deuterocanónicos, con los apócrifos, en gran parte apocalípticos, que definen el entorno de la Biblia Cristiana: Antropología, Apocalíptica (origen, historia), Apocalíptica (personajes y temas), Asenet, Daniel, Escatología, Esenios, Ester, Henoc, Intertestamento, Jubileos, Judit, Macabeos, Manasés (Oración de), Pseudonimia, Qumrán, Tobías. 4.3. Ángeles y demonios. Personajes simbólicos. Gran parte de los personajes simbólicos que han influido en la tradición posterior judía y cristiana han surgido o se han desarrollado en el entorno intertestamentario. Éstos son algunos de los símbolos y temas más importantes: Ángeles, Arcángeles, Azazel, Batalla contra el Diablo, Bestias, Diablo y demonios, Dragón, Hijo del Hombre, Intermedios (seres), Juicio, Miguel, Pecado de los Ángeles, Querubines, Satán, Semyaza, Serafines, Serpiente, Vigilantes, Violación, Vivientes. En esta sección ofrezco sólo algunos temas introductorios, pues la mayor parte de los personajes, temas y problemas del Nuevo Testamento aparecen desarrollados en los números siguientes (del 6 al 13). 5.1. Lugares. Es importante poner de relieve los lugares donde se ha desarrollado la historia y tradición del Nuevo Testamento: Antioquía, Atenas, Caná, Éfeso, Emaús, Galilea, Jerusalén, Patmos, Roma, Samaría. 5.2. Personajes. Trato de ellos al hablar de la Iglesia. Pero aquí puedo evocar ya algunos de los que aparecen en el fondo del Nuevo Testamento: Apóstoles, Balaam, Celotas, Discípulo amado, Doce (los), Jesús, José, Juan evangelista, Juan Profeta, Juan Zebedeo, Judas Iscariote, Lázaro, Leví, María Magdalena, María (Madre de Jesús), Marta, Marta y María, Pablo, Pedro, Samaritana, Santiago, Simeón, Simón Mago, Tomás, Zacarías, Zaqueo, Zebedeos. Algunos de los personajes del Nuevo Testamento no forman parte del movimiento cristiano: Barrabás, Elymas, Escribas, Esenios, Fariseos, Josefo (Flavio), Juan Bautista, Pilato, Saduceos. 5.3. María, la Madre de Jesús. Por la importancia que ha tenido en la tradición cristiana (ortodoxa y católica) he querido introducir una serie de entradas que evocan la figura histórica y simbólica de la Madre de Jesús, en las diversas perspectivas del Nuevo Testamento y del cristianismo primitivo: Anunciación, Bendita entre las mujeres, Bodas de Caná, Concepción por el Espíritu (Mateo, Lucas, Lecturas), Coronación (Asunción), Dios (El Canto de María), Fiat (hágase), Genealogía, Gebîra, Hijo de José y de María, Magníficat, María madre de Jesús (en Marcos, en la Iglesia primitiva), Sierva del Señor, Purificación de María. 5.4. Libros. Este diccionario no presenta de forma sistemática los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pero, en algunos casos, pone de relieve algunos textos que han resultado más significativos en la exégesis contemporánea: Apocalipsis, Evangelio (Introducción; Jesús; Iglesia primitiva; Los cuatro evangelios; El cristianismo como Evangelio), Filemón, Hebreos (Carta a los), Hechos de los Apóstoles, Juan evangelista, Lucas, Marcos, Mateo, Q (Documento), Pablo, Santiago, Sinópticos, Tesalonicenses. Este diccionario ha querido recoger algunos elementos básicos de la visión del Dios judío y cristiano. En ese sentido ofrece una teología bíblica de tipo inicial: 6.1. Nombres de Dios. Ocupan un lugar importante en la Biblia, desde los dioses cananeos hasta el Padre de Jesús: Abba, Anciano de Días, Ashera, Baal, Celoso, Dios (Visión general, El Canto de María), Infinito, Monoteísmo, Nombre, Padre, Sabiduría, Señor, Sophia, Trinidad, Yahvé. 6.2. Acción y presencia de Dios. Según la Biblia, el verdadero Dios es un Dios «vivo», es decir, un Dios «que actúa». Por eso se hace presente en su revelación: Autoridad, Castigo, Creación, Cosmos, Dios (guerra y paz), Dios (Amor), Espada de Dios, Poder de Dios, Eclesiastés, Juicio, Epifanía, Mercabá (carro y trono de Dios), Muerte (Dios y muerte de Jesús), Presencia, Teocracia, Ruedas (carro de Dios), Santo, Teodicea, Teofanía, Teología, Trono. 6.3. Creer en Dios. El Dios israelita y cristiano está vinculado a la fe de los creyentes. Así lo han puesto de relieve algunos temas: Confesión de fe (Antiguo Testamento; Nuevo Testamento), Fe (fiel/fidelidad), Oraciones, Profetas, Sacrificios, Shemá. Es para los cristianos el centro de la Escritura, culminación del Antiguo Testamento, principio y sentido del Nuevo Testamento. Por la importancia que tiene Jesús en su desarrollo y temática, este diccionario podría titularse «Diccionario cristiano de la Biblia». 7.1. Orígenes de Jesús, punto de partida. El Nuevo Testamento ha presentado de diversas maneras el origen personal y mesiánico de Jesús. Entre las palabras vinculadas con ese tema: Anunciación, Bautismo, Concepción por el Espíritu, Encarnación, Filiación, Genealogía, Hijo, Hijo de David, Hijo de Dios, Huida a Egipto, José, Juan Bautista, Lucas, María (Madre de Jesús), Mateo, Nacimiento, Palabra, Perdido (Niño perdido en el templo), Preexistencia (modelos, Jesús). 7.2. Las obras de Jesús. En la línea del Dios que actúa, el Nuevo Testamento ha presentado a Jesús como un Mesías que actúa al servicio de los hombres. Éstas son algunas de las palabras del diccionario que tratan de las obras mesiánicas: Batalla contra el Diablo, Curaciones, Enfermedad, Exorcismos, Geraseno, Magia (Jesús), Milagros, Multiplicaciones, Posesión diabólica, Sanador, Tempestad calmada. 7.3. Las palabras de Jesús. Jesús ha sido también un profeta y un sabio, un hombre de palabras. En este contexto se sitúan: Agobio (no os preocupéis), Amor, Apocalíptica (Apocalipsis Sinóptico), Arte, Belleza, Bienaventuranzas, Cizaña (parábola del trigo y la), Doctrina, Hijo Pródigo, Juicio, Juicio en Mt 25,31-45, Marta y María, Palabra, Parábolas, Perdón, Provocación evangélica, Sembrador. 7.4. Provocación de Jesús. Destaco en este apartado algunos de los motivos que han llevado a la condena de Jesús, a quien Pilato ha crucificado como «Rey de los judíos», es decir, como pretendiente mesiánico. Entre los temas que explican de alguna forma la provocación que Jesús ha significado: Adúltera (Jesús y la), Antítesis, Batalla (contra el Diablo), Comer, Comidas, Espigas en sábado, Familia, Hijo de David, Mesías (Jesús), Mujeres, Pecadora (mujer), Perdón, Pureza, Sacrificios, Templo, Viña (parábola de la). 7.5. Muerte y sepultura. La muerte de Jesús en Cruz constituye un dato seguro de la exégesis y de la historia. Sobre el sentido de la sepultura hay mucha más discusión entre los exegetas y expertos: Cruz (muerte de Jesús, signo de Dios), Grito, Kénosis, Llanto de Jesús, María la Madre de Jesús (en Marcos), Muerte (han matado a Jesús), Pasión, Sepulcro, Tumba. 7.6. Resurrección. He destacado los diversos símbolos que hablan de la «vida» de Jesús tras la muerte: Ascensión, Cuarenta Días (tiempo pascual), Exaltación, María Magdalena, Pascua (celebración cristiana), Pablo, Pedro, Quinientos hermanos, Resurrección, Santiago (hermano del Señor), Transfiguración. 7.7. Títulos. Uno de los temas básicos de la teología cristiana es el estudio de los títulos mesiánicos de Jesús: Alfa y Omega, Hijo de David, Hijo de Dios, Hijo de Hombre (Nuevo Testamento), Jesús (Cristo de la fe), Liberación, Mesías, Nazareo/nazareno, Palabra (Prólogo de Juan, Apocalipsis), Pastor, Primero y último, Redentor, Sacerdocio, Sentado a la derecha del Padre, Señor, Siervo de Yahvé, Títulos de Jesús, Ungido, Vid y sarmientos. Tratamos del Espíritu Santo en un sentido extenso, destacando su carácter divino y relacionándolo con la creación y con los elementos del mundo, desde una perspectiva cristiana. 8.1. Nombres y esencia del Espíritu. Desarrollamos los elementos teológicos, antropológicos, cósmicos y salvadores del Espíritu, teniendo en cuenta los términos que emplea la Biblia: Espíritu Santo (Israel, experiencia cristiana, Teología), Paráclito, Pneuma, Ruah. 8.2. Acción propia del Espíritu. Está vinculada a los nombres, pero se expresa de un modo especial en algunos gestos y signos que son importantes para la Biblia: Bautismo de Jesús, Batalla contra el Diablo, Dones (siete dones, siete espíritus), Carismas del Espíritu, Carismáticos, Compasión, Concepción por el Espíritu (Mateo, Lucas, lecturas), Exorcismos, Frutos del Espíritu, Jueces, Maestro interior, Misericordia, Paráclito, Pentecostés. 8.3. Un mundo de Espíritu. Tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento el mundo se encuentra lleno del Espíritu de Dios, que se manifiesta en los diversos signos cósmicos y, de un modo especial, en el conjunto de las criaturas, que pueden convertirse en causa de perversión, pero que son también presencia del Espíritu de Dios: Agua, Águila, Animales (Creación), Árboles, Arco iris, Astros, Cordero, Cosmos, Creación, Fuego, Luz, Mar, Metales, Noche (Targum de las cuatro noches), Paloma, Peces, Piedras preciosas, Ríos, Roca (piedra), Sol, Tierra, Tetramorfo, Tormenta sagrada, Toro, Vivientes. En este contexto se puede hablar de una ecología bíblica, que se expresa de un modo especial en los alimentos y comidas. 8.4. El conocimiento del Espíritu. El hombre bíblico está interesado desde el principio por el tema del conocimiento, expresado en el Árbol del bien y del mal ( Árboles). En esa línea pueden destacarse diversas palabras en las que se muestra el hecho de que el hombre está abierto a un conocimiento superior: Arte, Belleza, Conocimiento, Estética, Memoria, Razón (racionalidad), Resurrección (Apariciones), Revelación, Sueños, Teofanía, Ver a Dios, Viaje celeste, Visión. En un sentido extenso deberíamos hablar por igual de la comunidad israelita y de la Iglesia cristiana. Pero, desde nuestra perspectiva, hemos puesto más de relieve los rasgos básicos de la Iglesia, entendida como expresión del Evangelio. 9.1. Elementos y momentos. Situamos a la Iglesia en el contexto del judaísmo de su tiempo, con el que sigue vinculada durante toda la etapa del Nuevo Testamento. Las palabras principales sobre el tema son: Iglesia (primera generación, segunda y tercera generación, Gran Iglesia); Helenismo (judaísmo y cristianismo); Judaísmo (un tema cristiano). También se refieren al tema: Cartas (Apocalipsis), Concilio de Jerusalén, Cristianos (cristianismo), Galilea, Hechos de los apóstoles, Jerusalén, Pablo, Pedro, Doce (los), Pueblo de Dios, Pentecostés, Universalidad. 9.2. Personajes. Hemos evocado ya algunos personajes de la Iglesia en 5.2, al tratar del Nuevo Testamento. Ahora ponemos de relieve algunos de aquellos que han definido el despliegue de la Iglesia más antigua, conforme a los datos del Nuevo Testamento: Ananías y Safira, Apóstoles, Discípulos de Jesús (El discípulo amado), Doce (los), Esteban, Juan evangelista, Juan profeta, Juan Zebedeo, María, Magdalena, Nicolaítas, Pablo, Pedro, Profetas (Iglesia primitiva), Santiago Zebedeo, Santiago hermano del Señor. 9.3. Misión, estructura y ministerios de la Iglesia. Hemos evocado con cierto interés el sentido y tarea de la Iglesia, distinguiendo esos tres momentos: (1) Misión: Acoger, Envío, Llaves, Misión, Pentecostés, Amor. (2) Estructura: Carismas, Casa, Códigos domésticos, Familia, Galilea, Hermanos, Iglesia (modelos), Jerusalén. (3) Ministerios: Amor, Carismáticos, Diáconos, Jerarquía, Pablo, Pedro, Presbíteros, Sacerdocio. 9.4. La Iglesia posbíblica. Hemos evocado varios documentos y textos que no forman parte del Nuevo Testamento, pero que ayudan a entender el sentido y tarea de la Iglesia primitiva: Clemente (Carta 1ª de), Didajé, Gnosticismo, Iglesia (La Gran Iglesia), Ignacio de Antioquía, Tomás (Evangelio). La Biblia es el libro que trata de la acción de Dios en los hombres. Por eso resulta básica su visión del hombre, que hemos querido colocar en el centro del diccionario, destacando los temas del hombre y la mujer y, de un modo especial, la posible opresión sobre la mujer en la Biblia y en las culturas bíblicas: 10.1. Términos antropológicos. El hombre de la Biblia no está formado por dos partes o esencias (alma y cuerpo), como ha podido pensar cierta filosofía posterior, sino que constituye una unidad dramática, en relación con Dios y en diálogo con otros hombres. En ese ámbito se sitúan las palabras que siguen: Almas de los muertos, Antropología, Cabeza, Corazón, Cuerpo y espíritu, Hombre (polvo y aliento de Dios), Huesos, Imagen, Persona, Pneuma, Ruah. Hemos añadido, además, otras palabras que expresan la condición de la vida del hombre sobre el mundo Agobio (No os preocupéis), Honor, Individualidad, Miedo, Señor de los animales, Vanidad de vanidades. 10.2. Hombre y mujer. El hombre bíblico es esencialmente dual; más que «alma y cuerpo» es «hombre y mujer», en proceso de encuentro personal y de generación: Adán, Bodas (Caná de Galilea), Celibato, Compañía, Descendencia de mujer, Esposo/a, Eva, Hierogamia, Homosexualidad, Levir (levirato), Matrimonio, Protoevangelio (Evangelio de mujer), Rajab (hospedera de Jericó), Semen de mujer, Sexo, Varón y mujer los creó. 10.3. Opresión humana. La Biblia es un libro de opresión y liberación. En ese contexto se sitúan muchos de sus términos básicos: Abel, Evangelio, Denario, Dinero, Economía, Esclavitud (robo de hombres), Excluidos, Extranjeros, Éxodo, Grandeza, Huérfanos, Jubileo, Liberación, Sufrimiento, Niños, Opresión, Persecución, Pobres, Presos, Prisión, Redentor, Riqueza, Robo de hombres, Sabático (año), Sacrificio, Sangre, Sumisión. 10.4. Opresión de la mujer. La Biblia en su conjunto puede ser y es un libro de liberación para varones y mujeres. Pero en su forma externa refleja y, de alguna forma, parece que ratifica la supremacía del varón sobre la mujer: Aksah, Antifeminismo, Cautiva (la bella), Códigos domésticos, Concubina del levita, Jefté (hija de), Jezabel, Molino (la mujer de la piedra de), Mujer (memoria de otros, violencia de género), Patriarcalismo, Prostitución, Prostituta, Sangre, Silo (rapto de mujeres), Susana, Tamar, Timoteo (cartas a), Violación, Viuda. De todas formas, en el conjunto de la Biblia hay una serie importante de mujeres y figuras femeninas que realizan una tarea positiva: Cantoras (mujeres), Ester, Judit, Madre celeste, María Magdalena, María (Madre de Jesús), Mujer (mujeres de Jesús, mujeres en Pablo). 10.5. Pecado y gracia, pecado y perdón. La Biblia es un libro que está interesado por el pecado, entendido como aquello que destruye al hombre, y por la superación del pecado, en clave de sacrificio (más en el Antiguo Testamento) y de perdón (más en el Nuevo Testamento, al menos en algunas de sus formulaciones): Abrahán (sacrificio del Hijo), Bien y mal, Castigo, Condena, Conversión, Deudas (perdón de las), Dualismo (visión apocalíptica), Elección, Envidia, Gracia, Ira, Juicio, Mérito, Moralidad, Negación, Obras, Pecado (de hombres), Perdón, Resentimiento, Responsabilidad, Sacrificio, Tentaciones, Traición (engaño). Los temas anteriores se explicitan y desarrollan de un modo social. La Biblia es un libro de la alianza de Dios, que se expresa en forma de alianza entre los hombres. En ese contexto resultan significativos los temas vinculados a la ruptura de la alianza, a lo que podríamos llamar el pecado y la redención o liberación social. 11.1. El tema de la violencia. La Biblia es un libro violento, de manera que en algunos momentos defiende la «guerra santa». Pero en ella se descubre un poderoso corrimiento hacia la no violencia, que puede ser fundamental para abrir caminos de futuro en medio de un mundo que sigue siendo violento. Así podemos afirmar que en su última redacción (al menos en su versión cristiana), la Biblia es un manual de no violencia comprometida al servicio de los más pobres. (1) Temas de violencia: Acusar, Ana (Cántico de), Caballos, Caín, Centuriones, Chivos, Conflicto social, Conquista de Palestina, Copa, Desnudez (ocultamiento), Dios (guerra y paz), Ejército, Ester, Herrem, Inversión de suertes, Jehú, Judit, Macabeos, Pacto (de conquista), Paz, Simeón (patriarca), Soldados, Venganza, Violencia. (2) Temas de no violencia: Armamento como idolatría, Asesinato, Batalla contra el Diablo, Enemigo (amar al), Juicio (juicio no judicial, Mt 25,31-46), Martirio, Muerte (han matado a Jesús), Perdón. 11.2. Alimentos. La Biblia es un libro de alimentos. En ella se define el hombre por lo que come, desde la prohibición de comer del árbol del bien-mal del paraíso hasta la Eucaristía cristiana o las normas de comidas del judaísmo rabínico. El alimento forma parte de la identidad social del hombre: Abstinencia, Alimentos, Ayuno, Ázimos, Comer juntos, Comidas, Eucaristía, Idolocitos, Leche y miel, Levadura, Maná, Miel, Pascua, Peces, Primicias, Productos de la tierra (los siete), Racimos/uvas, Sacrificios, Sangre, Vegetariano (régimen), Vino (Israel, Jesús). 11.3. Economía. La Biblia está muy interesada por los bienes económicos. En principio no busca la pobreza contemplativa o ascética, sino la comunicación de bienes: César (tributo al), Colecta (dinero para Jerusalén), Denario del César, Dinero, Economía (reino de Dios y dinero), Impuesto, Mamona, Mercancías de Roma, Perdón, Préstamo y perdón sabático, Rescate o redención de tierras, Restitución (reconstitución), Riqueza, Salario, Tributo al césar, Vacas flacas. 11.4. Política. La Biblia es un libro de «política», en el sentido de que propone un ideal de comunicación y justicia entre los hombres, abriéndose hacia una dimensión de gratuidad: Anarquismo, Antítesis, Autoridad, Bestia, Ciudad, Estado (sociedad civil), Éxodo, Federación de tribus, Jubileo, Judaísmo (federación de sinagogas), Liberación (Antiguo Testamento y Nuevo Testamento), Monarquía, Muchedumbre, Oficios, Pena de muerte, Política, Reino de Dios, Sabático (año), Sistema (imperios), Solidaridad. La Biblia ha sido y sigue siendo para millones de creyentes, judíos y cristianos, el libro de religión por excelencia, el libro en el que se expresa la espiritualidad y la experiencia religiosa de su vida. Así lo pone de relieve el diccionario, vinculando, como hace la misma vida cristiana, las oraciones del Antiguo Testamento (Salmos) con las del Nuevo. 12.1. Libro de oraciones. Con la Biblia en la mano han rezado los judíos y rezan los cristianos sus salmos y oraciones. Entre ellas hemos destacado los modelos que siguen: Abba, Bendiciones (Las dieciocho), Benedictus, Canto de las criaturas, Cantoras (mujeres), Confesión de fe, Maranatha, Magníficat, Manasés (Oración de), Oración, Padrenuestro, Salmos, Shemá. 12.2. Libro de sacrificios. Una forma esencial de oración del Antiguo Testamento ha sido la de los sacrificios, realizados por los sacerdotes en el templo (y en ocasiones fuera del templo). Éstos son algunos de los temas relacionados con ellos: Aarón, Abrahán (sacrificio del hijo), Altar, Arauna (Ornán), Chivo (expiatorio, emisario), Expiación, Holocausto, Isaac, Jefté, Macabeos, Noé, Ofrendas y libaciones de origen vegetal, Sacerdotes, Sacrificios, Sangre, Víctima (victimismo). 12.3. Sacramentos, ritos, fiestas. Al lado de los sacrificios, que han sido los ritos mayores, hay una serie de ritos y gestos sagrados que marcan la vida de los creyentes. Éstos son los más importantes en la Biblia: Ázimos, Bautismo, Candelabro, Circuncisión, Comidas, Eucaristía, Pan, Pascua, Pentecostés, Purim, Ritos, Tabernáculos, Vino. 12.4. El sacramento de la vida. La Biblia en su conjunto, tanto desde la perspectiva judía como desde la cristiana, ha puesto de relieve el valor de la fidelidad en el despliegue de la misma vida, en la fidelidad humana. Éstos son algunos de los valores básicos de la vida, en línea judía y cristiana: Alegría, Amistad, Amor, Belleza, Colores, Comidas, Compasión, Deseo, Estética, Gozo, Gracia, Justicia, Misericordia, Música, Placer, Perdón, Prójimo. La Biblia es un libro abierto al final de los tiempos, es decir, a la culminación de la vida humana. Trata de la muerte y de la supervivencia, de la salvación y de la posible condena de los hombres. En esa línea he destacado en todo el diccionario sus elementos apocalípticos. 13.1. Muerte y juicio. La Biblia empieza situando la muerte del hombre en un nivel de «juicio», es decir, de retribución, en una línea que se va precisando del Antiguo al Nuevo Testamento (donde se supera la visión de la muerte como juicio, al integrarla en la muerte y resurrección de Jesús). En ese ámbito se sitúan algunos términos fundamentales del diccionario: Esperanza, Futuro, Huesos, Inmortalidad, Juicio, Muerte, Ovejas y cabras, Reencarnación, Resurrección, Retribución, Tiempo (tiempos finales), Trompetas y cuernos, Vendimia sangrienta. 13.2. Condena. La Biblia es básicamente un libro de salvación, aunque abre la posibilidad de una condena para aquellos que rechazan el don de la vida. Por eso se puede volver amenaza de destrucción: Abismo, Armaguedón, Apocalíptica, Bestia, Castigo, Condena, Derecha e izquierda, Diablo, Diluvio, Dragón, Dualismo, Exclusión, Guerra final, Fuego, Hades, Henoc, Infierno, Jinete, Mujer (del Apocalipsis), Pecado, Pena de muerte, Plagas de Egipto, Pozo, Red, Satán, Seis-seis-seis, Sheol, Siega del Hijo del hombre, Vendimia sangrienta. 13.3. Salvación. La Biblia es el libro de la esperanza de la salvación, que se expresa como revelación total de Dios y plenitud de vida para los hombres. Conforme a la Biblia cristiana, la salvación está vinculada a la resurrección y parusía de Cristo: Agua, Banquete final, Cielo, Ciento cuarenta y cuatro mil, Ciudad, Corona/diadema, Escatología, Gloria, Herencia, Jerusalén (ciudad del Apocalipsis), Milenio, Paraíso, Parusía, Reino de los cielos, Resurrección, Salvación, Utopía mesiánica,Vida. ( sacerdote, sacrificios, becerro de oro, vestidos). Sacerdote judío, de la tribu de Leví, a quien la tradición bíblica hará Sumo Sacerdote y organizador del culto del tabernáculo, continuado después en el templo de Jerusalén. Constituye un personaje importante del conjunto legislativo central del Pentateuco, desde su asociación con Moisés (Ex 4,14-31) hasta su muerte sobre el monte Hor (Nm 33,38-39). En su figura, históricamente insegura, pero simbólicamente esencial, resaltan varios rasgos. (1) Es compañero y hermano de Moisés, más por exigencias de la teología israelita que por fidelidad histórica. Dios dice a Moisés: «Tú le hablarás y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; él será como tu boca y tú serás como su Dios» (Ex 4,15-16). Moisés representa la Ley originaria y así es portador de una palabra que viene directamente de Dios. Aarón, el sacerdote, viene en un segundo momento y depende siempre de su «hermano»: puede hablar y oficiar, pero sólo diciendo aquello que la Ley de Moisés le vaya indicando en cada momento. Moisés ha existido sólo una vez y para siempre. Aarón, en cambio, aparece más como una función que como un personaje concreto, en el principio de la historia; es una estructura sacral que se repite generación tras generación: tiene el sacerdocio sagrado y el poder de enseñar según la Ley de Moisés. (2) Aarón es un hombre que puede inclinarse a la idolatría. La sacralidad, tomada en sí misma, constituye un riesgo, como ha destacado la historia israelita, llena de sacerdotes infieles o inclinados a un tipo de culto religioso que no responde a la identidad del yahvismo. Así lo ha desarrollado de forma genial el relato del becerro de oro, que Aarón funde y consagra, en ausencia de Moisés, de manera que los israelitas pudieron decir «Israel, éstos son tus dioses que te han sacado de la tierra de Egipto» (Ex 32,1-6). La historia de Aarón y de sus hijos contiene elementos edificantes, de fidelidad y sacrificio por Yahvé. Pero, en su conjunto, está llena de contrastes e infidelidad, como muestra el ejemplo de los sumos sacerdotes del tiempo de Jesús. (3) Aarón es el hombre del sistema sacral israelita. Así aparece en el «Himno a los padres o antepasados» de Qoh 44–50, donde se venera la memoria de los grandes personajes (Henoc y Noé, Abrahán, Moisés, los jueces...) y de los sacerdotes de Israel: Aarón el fundador (Qoh 45,6-22), Finés el celoso (Qoh 45,23-26) y Simón el Gran liturgo de tiempos del autor del libro (en torno al 200 a.C.). Aquí citamos algunos pasajes sobre Aarón: «Consagró a Aarón, de la tribu de Leví. Estableció con él un pacto eterno y le dio el sacerdocio del pueblo. Le hizo feliz con espléndido adorno (eukosmia) y le ciñó de vestidura de gloria. Le vistió con magnificencia perfecta (synteleian) y le fortaleció con insignias de fuerza: calzón, túnica y manto. Le rodeó de granadas y de muchas campanillas de oro en torno, para que sonasen caminando y se escuchase su sonido... Le consagró Moisés y le ungió con aceite santo; se le dio una alianza eterna y a sus descendientes para siempre, para servir a Dios como sacerdote, y bendecir en su nombre al pueblo. Le escogió entre todos, para presentar los frutos del Señor, incienso y aroma, en memorial, para expiar por su pueblo» (Qoh 45,6-9.15-17). (4) Vestiduras sacerdotales. El distintivo principal del sacerdocio son unas vestiduras, llenas de simbolismo cósmico-sacral (cf. Sab 18,24), pensadas para el goce estético, a través de la impresión de las formas y colores. Éste es un rasgo que aparece en casi todas las culturas religiosas: en un momento dado, ellas destacan el valor y los adornos de unos vestidos que aparecen como irradiación divina. Estamos ante un Dios de representación, Señor de las formas, fuente y poder de belleza. Más que la persona en sí (varón/mujer) importa aquí la impresión y gloria de sus vestiduras, los bordados y brillo del manto, las piedras preciosas, la corona... Ataviado para realizar su función, Aarón viene a ser una especie de microcosmos sagrado, expresión viviente del misterio, manifestación de lo divino. Por eso se amontonan, se vinculan y completan-complementan los colores del vestido, la irradiación de las piedras (señal de paraíso), el pectoral del juicio (Urim y Tumim), el turbante de realeza. Para el autor del Eclesiástico, que es un escriba, la función sacrificial externa (matar animales) resulta secundaria. (5) Para los cristianos, la historia del sacerdocio de Aarón, vinculado al culto de Jerusalén, con sus sacrificios de animales y la sacralidad de los jerarcas religiosos, ha cumplido su función y carece de sentido, como ha declarado de forma lapidaria la carta a los Hebreos. El sacerdocio de Aarón ha dejado de ser importante, ya no puede realizar ningún servicio; en su lugar emerge el sacerdocio de Melquisedec*, que se expresa a través de la entrega de la vida al servicio de los demás (cf. Heb 7,11). Para los cristianos, el sacerdocio según ley y jerarquía sagrada no tiene ya sentido. ( Padre, Dios, Jesús, Hijo de Dios). Abba es una palabra aramea que significa «papá». Con ella se dirigen los niños a sus padres, pero también las personas mayores, cuando quieren tratarles de un modo cariñoso. Jesús la ha utilizado en su oración, al referirse al Padre Dios (cf. Mc 14,26 par), y la tradición posterior ha seguido utilizando esa palabra aramea como nota distintiva de su plegaria (cf. Rom 8,14; Gal 4,6). De todas formas, en la mayoría de los casos, los evangelios han traducido esa palabra y así la utilizan en griego: Patêr. Entre los lugares en que Jesús llama a Dios «Padre» pueden citarse los siguientes: Mc 11,25; 13,32; Mt 6,9.32; 7,11.21; 10,20; 11,25; 12,50; 18,10; Lc 6,39; 23,46; etc. Una parte significativa de los dichos en los que Jesús se dirige a Dios como Padre, especialmente en el evangelio de Mateo, son creaciones de la Iglesia primitiva. Pero en el fondo de esa expresión late una profunda experiencia de Jesús, que podemos destacar como sigue. (1) Sentido básico. La singularidad de esta palabra consiste, precisamente, en su falta de formalismo y distancia objetiva. Esta palabra expresa la absoluta inmediatez, la total cercanía del hombre antiguo respecto a su ser más querido, al que concibe como fuente de su vida. No es una palabra misteriosa, cuyo sentido deba precisarse con cuidado (como sucede quizá con el Yahvé de la tradición israelita). No es palabra sabia, de eruditas discusiones, que sólo se comprende tras un largo proceso de aprendizaje escolar. Es la más sencilla, aquella que el niño aprende y comprende al principio de su vida, al referirse cariñosamente al padre (madre) de este mundo. No es palabra que sólo puede referirse al padre en cuanto separado de la madre (o superior a la misma madre), sino que alude sobre todo al padre materno: a un padre con amor de madre, como alguien cercano para el niño. Precisamente en su absoluta cercanía se encuentra su distinción, su diferencia. Los hombres y mujeres del entorno buscaban las palabras más sabias para referirse a Dios. Podían llamarle Nuestro Padre, Nuestro Rey, le invocaban como Señor*, dándole el título de Dios y Soberano... Es como si la palabra Abba, papá, propia del niño que llama en confianza a su padre querido, les pareciera irreverente, demasiado osada. Pues bien, Jesús ha osado: él se ha atrevido a dirigirse a Dios con la primera y más cercana de todas las palabras, con aquella que los niños confiados y gozosos utilizan para referirse al padre (madre) bueno de este mundo. (2) Experiencia de Jesús. Conocer a Dios resulta, para Jesús, lo más fácil y cercano. No necesita argumentos para comprender su esencia. No tiene que emplear demostraciones: Dios Padre resulta, a su juicio, lo más inmediato, lo más conocido, lo primero que aprenden y saben los niños. Para hablar así de Dios hay que cambiar mucho (¡si no os volvéis como niños!: cf. Mt 18,3), pero, al mismo tiempo, hay que olvidar o desaprender muchas cosas que se han ido acumulando en la historia religiosa de los pueblos. Jesús nos pide volver a la infancia, en gesto de neotenia creadora, es decir, de recuperación madura de la niñez, en apertura a Dios. Para muchos de sus contemporáneos, la religión era ascender místicamente hacia la altura suprahumana, o cumplir unas normas sacrales y/o sociales. Por el contrario, como niño que empieza a nacer, como hombre que ha vuelto al principio de la creación (cf. Mc 10,6), Jesús se atreve a situar su vida y la vida de aquellos que le escuchan en el mismo principio de Dios, a quien descubre y llama ¡Padre! La religión es para él una especie de parábola de hijo y padre (cf. Mt 11,25-27); no trata de algo que está fuera, sino que expresa el sentido de su misma vida como presencia de Dios. La religión no es algo que se sabe y resuelve de antemano, sino misterio en que se vive, camino que se recorre, gracia que se va acogiendo y cultivando día a día. Por eso, la experiencia de Dios como Padre se encuentra entrelazada con el mismo camino concreto, diario, de su vida. Jesús se ha confiado en Dios Padre y de esa forma ha vivido. Ha dialogado con la tradición de su pueblo y de su entorno religioso, pero, de un modo especial, él ha descubierto personalmente el sentido y don del Padre-Dios, en la tarea y gracia de su vida. Para ello ha necesitado la más honda inteligencia, la más clara y decidida voluntad... Pero esta inteligencia y voluntad son para él, al mismo tiempo, un amor de niño: algo que se sabe y siente desde el fondo de la propia vida. (3) Camino de Padre. Descenso y ascenso. Partiendo de esa base, Jesús ha podido trazar eso que pudiéramos llamar el camino del padre, que ahora presentamos de manera descendente y ascendente. Éste es un camino que viene de Dios, desciende del gran Padre, fundando en su don nuestra vida. Pero es, al mismo tiempo, un camino que sube hacia Dios, que nos permite buscarle y hallarle, a partir de la vida y personas del mundo. (a) Dirección descendente. El Dios de Jesús es Abba, Padre, porque alimenta, sostiene y ofrece un futuro de vida a los niños y, con ellos, a todos los hombres. Éste es un Padre materno, que alienta la vida de los hombres que corrían el riesgo de hallarse perdidos en el mundo. Filón*, el más sabio judío, contemporáneo de Jesús, interpretaba a Dios como Padre cósmico, creador y ordenador de cielo y tierra, dentro de un esquema ontológico que distinguía nítidamente las funciones del padre y de la madre. En contra de eso, Jesús le presenta como padre-materno, amigo de los pobres y excluidos de la sociedad, de los niños y necesitados. (b) Dirección ascendente. El modelo para hablar de ese Dios Padre no son los grandes padres varones de este mundo, sacerdotes y rabinos, presbíteros y sanedritas, en general muy patriarcalistas, sino aquellos varones y mujeres que, como Jesús, han abierto un espacio de vida para los demás y especialmente los niños. Interpretado así, el mensaje de Jesús sobre el Padre resulta revolucionario. No es mensaje de intimidad, que avala el orden establecido. No es anuncio de verdad interior, certeza contemplativa que los hombres y mujeres de este mundo pueden descubrir y cultivar de forma aislada. Siendo Padre de todos los humanos, Dios viene a mostrarse como iniciador de reino. (4) El Padre Dios es gracia creadora. Él es ante todo «El que Hace Ser», es el que actúa siempre de manera creadora, gratuita, gozosa, abierta a la comunión de todos los hombres. No controla, no vigila, no calcula: simplemente ama, haciéndonos libres. Es Creador de libertad, por eso le llamamos Padre. Esto lo sabían los antiguos israelitas, pero algunos habían mezclado y confundido esta experiencia, concibiendo muchas veces a este Padre Dios como alejado, justiciero, impositivo o vengador de injurias. Jesús le ha descubierto de nuevo y presentado, de manera muy sencilla y profunda, como amor creador: como Madre que da su propia vida, haciendo que surjan sus hijos, como Padre que luego les alienta y sostiene (les acoge y perdona) porque les ama. De forma consecuente, Jesús llama a Dios «Padre». Podría haberle llamado Padre/Madre, pues le concibe como Voluntad de Amor. Es amor universal y creativo, que no mueve simplemente las estrellas (como Aristóteles decía), sino que atrae y potencia, mantiene y eleva a los pobres y pequeños de la tierra, fundando en ellos la existencia y plenitud de todo lo que existe; por eso le llama Padre. El Dios pagano, y a veces el mismo Señor del judaísmo, corría el riesgo de identificarse con el orden cósmico, apareciendo de forma impersonal o fatalista. Por el contrario, Jesús presenta al Padre Dios como realidad íntima y cercana: es Señor que funda nuestra vida, Amigo que llega hasta nosotros porque quiere iluminar nuestra existencia; viene porque lo deseo, se acerca gozosamente y en gozo nos asiste, para que podamos nacer, crecer y morir en su compañía. Actúa de esa forma porque quiere, porque nos quiere. Por todo eso, le llamamos Fuente de amor. (5) El Padre acompaña impulsándoles a vivir en amor de Alianza. No se limita a hacernos, sino que «hace que hagamos »: que podamos asumir la propia tarea de la vida y así nos realicemos, de manera personal. Eso significa que es fuente de Ley, como sabe todo el judaísmo: pero de Ley que se hace gracia y se hace vida en nuestra misma vida, dentro de nosotros, como Libertad de amor, para que nosotros nos hagamos, existiendo así en su mismo seno materno. Por eso, la Buena Noticia del Padre se expande y expresa como Buena Noticia de fraternidad creadora para los hombres. No estamos condenados a existir y morir bajo una norma externa, para fracasar al fin, envueltos en pecados. No somos impotentes, simples niños en manos de un padre envidioso, siempre impositivo (que nos impide crecer), sino amigos y colaboradores de ese Padre, en alianza de amor, en compromiso de vida compartida. Dios se define, por tanto, como principio de realización e impulso vital para aquellos que le acogen. No es señor que está cerrado en sí, cuidando su grandeza. No es un tirano que actúa y sanciona a capricho a quienes le están sometidos, ni un tipo de ley que se impone de modo inflexible en la vida del pueblo. En la raíz de su mensaje, Jesús ha presentado al Padre/Madre, Dios de amor, como fuente y creador de vida para todos los humanos, a partir de los pobres y perdidos de la tierra. Por eso, la palabra «hay Dios, existe y viene el Padre» (¡viene Dios!) debe traducirse de esta forma: ¡podéis vivir y realizaros como humanos hijos, en libertad filial y esperanza! (6) El Padre es principio de futuro (promesa). No estamos condenados a mirar hacia el pasado, a retornar hacia el origen, para allí perdernos de nuevo en la inconsciencia, como si no hubiéramos sido. Al contrario, lo que Dios hace en nosotros y lo que nosotros hacemos con él permanece y culmina en la vida, de forma que Dios vendrá a mostrarse en verdad como Padre al engendrarnos al fin, para la vida eterna. Por eso decimos que es promesa de futuro. De esa forma, el Padre del principio viene a presentarse como Padre final, fuente y fuerza de futuro. Jesús le ha presentado como Aquel que viene hacia nosotros, ofreciendo su Reino a los humanos, haciendo que ellos puedan venir y realizarse plenamente. Eso significa que nuestra vida no está hecha, no se encuentra todavía terminada. El valor primordial de nuestra existencia, aquella plenitud que buscamos, nos viene del futuro: de la acción plena del Padre y sólo puede desvelarse en la medida en que sigamos abiertos a su gracia. Eso significa que Dios no ha llegado a engendrarnos plenamente todavía. Lo hará cuando se exprese plenamente como Padre/Madre, realizando en nosotros aquello que ha empezado a realizar en Cristo, su Hijo.
(Sheol, Diablo, abismo, infierno). Palabra hebrea que significa «destrucción, lugar de corrupción o pudridero» (cf. Job 26,6; 28,22; 1QH 3,16.19) y que se emplea varias veces en el Antiguo Testamento, en paralelo con el Sheol o mundo inferior de los muertos, es decir, abismo. Así aparece en Prov 15,11; 27,20; Job 26,6. En principio, Abbadón tiene un sentido genérico y significa el estado o situación de los muertos. Pero Job 28,26 vincula y personifica a Abbadón y a la Muerte, presentándolos como poderes que pueden hablar. En esa línea, 1 Hen 20,2 puede referirse al Abbadón como encarnación del poder de la muerte, una especie de ser maligno opuesto a Dios. El texto bíblico más significativo es Ap 9,11, que presenta a Abbadón como una estrella caída (cf. Dragón* de Ap 12,3.9) que se vuelve Ángel del Abismo, como el mismo Satán, rey del ejército infernal, que reside en el gran pozo inferior del que sube el humo del Abismo, para destruir a los hombres. Abbadón es rey del Abismo, poder maléfico de muerte, que se opone al Dios de la vida y que recibe en griego el hombre de Apollyuôn, que significa «exterminador». Evidentemente, en el fondo de ese nombre (Apollyôn) está el recuerdo de Apolo, entendido como Dios de la peste, del subsuelo y de la muerte. Las imágenes del pozo del abismo y la invasión de langostasescorpiones destacan este motivo. Frente al Dios que crea y construye (cf. Ap 4,11) sitúa el Apocalipsis al que descrea y destruye, en tormento interior de violencia. Al traducir Abbadón por Apollyôn (el Exterminator), Ap ofrece un audaz juego de voces: Apollyôn recuerda a Apolo, Dios a quien la tradición ha vinculado con la muerte (peste destructora), como su nombre (derivado popularmente de apollymi, exterminar) indicaría. Además, Nerón, a quien parece aludir Ap 17,7-14, se presentaba a sí mismo como encarnación de Apolo (Dios de la belleza, orden y armonía de la tierra). Juan, en cambio, ha visto al Apolo imperial como signo destructivo. El contexto en el que aparece situado Abbadón (Ap 9,1-11) sigue aludiendo a unas langostas infernales, en retórica de miedo cuyos antecedentes aparecen en el bestiario mesopotámico (dragones e hidras, hombres-escorpiones, leones y perros, monstruos irresistibles) del Enuma Elish I, 133-149. Ap sabe que todos esos vivientes-monstruos, sobre quienes reina Abbadón, están llamados a la destrucción: ellos mismos son destrucción y quedan vencidos, no por el Marduk violento de Babel, sino por el Cordero y sus mártires. Así podemos evocar las figuras del miedo infinito de estas langostas-caballo que invaden el mundo desde el pozo del infierno (9,7-10). (En ese sentido ha evocado el tema E. Sábato en su libro Abbadón, el exterminador). (Caín, pecado). Hermano de Caín, primero de los asesinados. La historia de estos dos hermanos viene en la Biblia inmediatamente después de la del hombre y la mujer (Adán y Eva). «Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: He conseguido (kaniti) un varón de parte de Dios. Después dio a luz a su hermano Abel (Hebel: soplo fugaz, vanidad). Fue Abel pastor de ovejas, y Caín, labrador de la tierra. Pasado un tiempo, Caín presentó del fruto de la tierra una ofrenda a Yahvé. Y Abel presentó también de los primogénitos de sus ovejas, y de la grasa de ellas. Y miró Yahvé con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín ni a su ofrenda, por lo cual Caín se enojó en gran manera y decayó su semblante... Caín dijo a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Entonces Yahvé preguntó a Caín: ¿Dónde está Abel, tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?... » (cf. Gn 4,1-15). (1) Los dos primeros hermanos. Caín y Abel representan las dos primeras formas de cultura, entendidas desde la relación del hombre con la tierra y los animales (Caín es agricultor; Abel es ganadero). Ellos reflejan las dos primeras formas de religión organizada: el pastor ofrece a Dios la vida y sangre de los animales; el agricultor le ofrece los frutos del campo, comidas vegetales. Éstos son los hermanos en estado puro, sin que pueda hablarse todavía de disputa por mujeres o por hijos, por tierras o pastos. Ellos no tienen ninguna razón «mundana» para enfrentarse, y sin embargo se enfrentan porque Dios acepta la ofrenda de uno más que la del otro. Eso podría significar que a uno le va mejor que al otro... Mirado el texto desde fuera, sería preferible que no existiera ese Dios que lleva a esos hermanos a enfrentarse (queriendo las ofrendas de uno más que las del otro). Pero eso es imposible, porque estos hermanos no viven sólo del trabajo y de los bienes exteriores, sino también del sentido que tiene ese trabajo que ellos pueden ofrecer y ofrecen ante un Dios entendido precisamente como fuente de sentido de las cosas. De esa manera se comparan y enfrentan, en gesto donde se vinculan cultura, religión y vida social. Es evidente que el Dios que les divide y enfrenta por razón de las ofrendas no es aún el Dios verdadero, sino una proyección de sus propios deseos. (2) Los primeros hermanos, en perspectiva masculina. Caín y Abel son hombres de cultura, pues no trabajan sólo para comer, sino para elevar y hacer ostentación de lo que comen y tienen, a modo de sacrificio, sobre el altar divino. De esa manera, son hombres de religión, pero de una religión que, al menos para Caín, se encuentra pervertida: no elevan sus productos para dar gracias y alegrarse uno del otro y con el otro (como Pablo supone en Rom 11,21), sino para compararse y enfrentarse, de manera que la misma ofrenda religiosa se vuelve para Caín fuente de envidia y violencia. Lo que podía ser motivo de comunicación enriquecedora se ha mostrado para él principio de muerte. Ellos expresan así la primera división de la vida social, como ha destacado Hegel, en su Fenomenología del Espíritu, viendo aquí el principio de la división de la humanidad en señores y siervos, amos y esclavos. Hegel supone que la lucha es fuente de todo lo que existe: en enfrentamiento nacemos, con enfrentamiento maduramos, pero en general ya no empezamos matando a los otros como hizo Caín, sino que los esclavizamos, posponiendo su muerte, para así ponerlos a nuestro servicio. La misma religión parece convertirse en principio de enfrentamiento, a partir de la distinción de las comidas-ofrendas sagradas. En un sentido, conforme al principio del Génesis (Gn 1–3), donde los hombres eran vegetarianos*, parece preferible el sacrificio de Caín, que ofrece a Dios los frutos del campo y así vive sin matar a otros vivientes. Pero el Dios de este relato, sin que se sepa la razón, prefiere los sacrificios* animales y así se goza en la ofrenda de Abel, el pastor, quizá porque ha desahogado su violencia al matar animales, mientras que Caín*, que no los mata ni derrama la sangre de otros seres vivientes, no ha podido canalizar su violencia, sino que la descarga sobre el hermano, derramando su sangre*. Quizá se pueda decir que Abel sacrificaba animales y estaba apaciguado, mientras Caín, que ofrecía plantas, quiso apaciguarse matando a su hermano. (3) Símbolo o mito. Son muchos los mitos de hermanos donde uno mata al otro (Rómulo y Remo) o los dos se matan a la vez (Eteocles y Polinices). Por la importancia que ha tenido en la historia de Occidente, este relato de la Biblia es quizá el más significativo: Caín mata a su hermano, pensando que con ello puede elevarse ante Dios, pero Dios no recibe la sangre del hermano asesinado, sino todo lo contrario, la rechaza. Mirados en este contexto, Caín y Abel representan a la humanidad en su conjunto: son individuos y grupos sociales (agricultores y pastores), son pueblos y naciones, señores y siervos, amigos y enemigos. Toda la raza humana se encuentra condensada, según Gn 4, en esta guerra primigenia, en este sacrificio que es fuente y modelo de todo sacrificio. En el principio de la historia humana está Abel, la primera de las víctimas. A partir de ella se entiende, según el Nuevo Testamento, la sangre de todos los sacrificados de la historia (cf. Mt 23,35; Lc 11,51; Heb 12,24). Cf. L. ALONSO SCHÖKEL, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis, Verbo Divino, Estella 1990; J. S. CROATTO, Exilio y sobrevivencia. Tradiciones contraculturales en el Pentateuco. Comentario de Gn 4–11, Lumen, Buenos Aires 1997; R. GIRARD, La violencia de lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1982. (dualismo, infierno). En algunos mitos tiene sentido positivo: puede ser signo de Dios, expresión del aspecto materno de la realidad originaria, fondo del que todas las cosas han brotado (cf. Gn 1,2; 49,25; Dt 33,13). Pero en el conjunto de la Biblia (cf. Is 51,10; Ez 26,19; 31,15) y especialmente en el Apocalipsis adquiere sentido negativo: es la hondura de la nada y de la muerte, lugar de destrucción del que brota Abbadón*, su rey (Ap 9,11), lo mismo que la Bestia asesina (Ap 11,7; 17,9). El abismo se hallaba cerrado, pero en la gran lucha del final de los tiempos lo abrirá el Astro (ángel) caído, de manera que saldrán de su hondura todos los males, para amenazar a los vivientes del mundo (Ap 9,1). Tras la victoria del Cordero* (Ap 20,3), el abismo volverá a quedar cerrado, con el Dragón* dentro, pero ya para siempre. El abismo aparece de esa forma como una especie de infierno: un estanque de fuego y azufre, lugar de muerte perdurable, donde serán expulsadas para siempre las Bestias (19,20) con Satán (20,10) y aquellos que no están escritos en el Libro de la Vida del Cordero (2,14). 1. Historia y pervivencia ( tierra, fe). La figura de Abrahán, con las tradiciones israelitas más antiguas, es el tronco o raíz común para judíos, cristianos y musulmanes. Todos ellos son monoteístas y veneran, como padre o inspirador, a Abrahán, a quien miran como el primero de los creyentes, que vivió entre el siglo XV y el XII a.C. y rechazó el politeísmo de su entorno (de su tierra y gente) para iniciar un camino de búsqueda religiosa muy intensa que sigue definiendo y motivando a sus seguidores. Posiblemente fue monólatra: adoró sobre todo (o sólo) a una divinidad de su familia (Dios de sus antepasados: cf. Gn 28,13; 32,42.53); vivió en la estepa, junto a Palestina. Por detrás de él se extiende para la Biblia (Gn 1–11) el tiempo de los mitos y símbolos que trazan el sentido de la humanidad en su conjunto: Adán y Eva, Caín y Abel, diluvio universal, arca de Noé y torre de Babel... Con él empieza la historia israelita, cuando Dios le llama del oriente (Ur de los caldeos, al sur de Mesopotamia) para iniciar un camino de búsqueda y fidelidad monoteísta que sigue definiendo a judíos, cristianos y musulmanes (cf. Gn 12–25). Es difícil separar su recuerdo histórico y su leyenda creyente (Abrahán de la historia y de la fe), pero en él han visto los monoteístas el principio de su nueva experiencia religiosa, fundada en la llamada de Dios y en la esperanza de bendición universal. (1) Los judíos consideran a Abrahán como padre nacional legítimo, a través de su esposa Sara y su hijo Isaac (con Jacob y sus hijos, fundadores de las doce tribus). Abrahán aparece así como iniciador de una nación muy concreta de creyentes que asumen su fe y se encuentran vinculados por su misma sangre (todos comparten su ascendencia, son un mismo pueblo, semilla de Abrahán) y por la tierra que Dios les prometió (Palestina), como indica el texto fundacional de Gn 12,1-3: «Sal de tu casa y de tu parentela, vete a la tierra que yo te mostraré; yo haré que seas pueblo grande... de manera que en ti serán benditas todas las naciones de la tierra». Estrictamente hablando, la vieja religión israelita en cuanto tal ya terminó. Han cambiado las circunstancias populares, culturales y sociales del antiguo pueblo, pero quedan los grandes símbolos, recogidos en la Escritura (peregrinación de los patriarcas, éxodo y pascua, paso por el mar Rojo...) y las palabras y experiencias de los grandes profetas fundadores del siglo VII-V a.C. Queda así el judaísmo como reinterpretación nacional de la fe de Abrahán y como respuesta específica de aquellos que en el siglo I-II d.C. quisieron mantener como pueblo su experiencia religiosa. Conforme a esta visión, Dios se ha vinculado para siempre a una nación escogida, de forma que por medio de ella manifiesta su misterio y el sentido de su ley eterna. Tras la muerte de Jesús y la destrucción del templo de Jerusalén, con el exilio masivo del pueblo, el judaísmo nacional ha querido mantener el valor eterno de la elección israelita dentro de los moldes de su propia tradición cultural, social y religiosa. (2) Los cristianos consideran a Abrahán como padre de los creyentes por Cristo. Ellos piensan que la herencia de Abrahán no se expande a través de una ley y de una genealogía nacional, sino por medio de una fe y una experiencia personal como la de Jesús, que les ha permitido reinterpretar y aplicar de forma universal los principios religiosos del patriarca israelita, entendido ahora como padre de todos los creyentes: «Creyó Abrahán en Dios antes de ser circuncidado (antes de cumplir la ley judía) para así ser padre de todos los creyentes, sean incircuncisos (como era entonces Abrahán) o circuncisos (como lo será después y con él los judíos que cumplen la Ley de Moisés)» (cf. Rom 4,2.9-12; con cita de Gn 15,6). Por eso, Dios le ha destinado a ser principio de un nuevo camino religioso, por medio de la fe en Jesús, que es el verdadero «descendiente » de Abrahán, de manera que «si sois de Cristo sois esperma (= descendencia) de Abrahán; herederos de la promesa» (Gal 3,16-17.28-29). Pablo ha puesto de relieve la fe de Abrahán «el cual es padre de todos nosotros, como está escrito: padre de muchos pueblos te he constituido (Gn 17,5), ante Dios en quien creyó como en aquel que resucita a los muertos y llama a la existencia a lo que no existe» (Rom 4,16-18). Abrahán es padre por haber creído en Dios, dentro de la perspectiva judía más clásica, que se expresa por ejemplo en las Dieciocho Bendiciones*: «Tú eres poderoso... para mantener a los vivos por tu misericordia y para resucitar a los muertos por tu gran piedad, tú que sostienes a los que caen, curas a los enfermos, das libertad a los cautivos y guardas tu fidelidad a los que duermen en la tierra... Bendito eres Yahvé, que das la vida a los muertos». Éste es el Dios judío, éste es el Dios de Abrahán. Por eso, los judíos habrían empezado aceptando estas palabras. Pero, en un segundo momento, Pablo desborda desde dentro el nivel de una fe judía que se cierra en la Ley, pues lo que le importa es «la justicia de la fe». Por ella es Abrahán padre de los creyentes, no por su circuncisión ni por el cumplimiento de unas obras de la Ley. Siendo totalmente israelita, el Dios de la fe de Abrahán rompe las barreras del judaísmo nacional, pues su camino vale para todos los creyentes, sean judíos o no judíos. En ese principio creyente de Abrahán no hay lugar para la Ley, de manera que se vuelve secundaria la circuncisión, la observancia de los ritos alimenticios, las ceremonias de sábados o fiestas... En el centro de la vida de Abrahán sólo queda ya la fe. Fortalecido por ella, el antiguo patriarca ha iniciado un camino de gracia que culmina en Cristo, con una fe que no se centra ya en el Dios que resucita a los muertos en general, sino en el que ha resucitado a Jesús. El cristianismo aparece así como una respuesta integradora y abierta de la misma identidad israelita, iniciada con la fe de Abrahán. Los cristianos no quieren negar sino abrir, no quieren mutilar sino expandir a todos los pueblos la promesa y gracia de la religión de Israel; en ese sentido podemos y debemos afirmar que, no siendo judíos, ellos quieren ser y son auténticos israelitas, hijos de Abrahán y herederos de su promesa espiritual, por medio de Jesús, a quien conciben como el verdadero creyente, guía de todos los que confían en Dios. (2) Los musulmanes son una expansión posterior de la misma fe de Abrahán, a quien conciben como padre biológico y espiritual del nuevo pueblo creyente que Mahoma suscitó entre los árabes. Ellos conciben a Abrahán como padre biológico de Ismael, por medio de Agar (la mujer que la tradición israelita presenta como esclava: cf. Gn 16), y así lo presentan como progenitor de los árabes, nuevo pueblo escogido. Pero, siendo padre biológico de los musulmanes árabes, Abrahán es padre espiritual de todos los creyentes, es decir, de todos los que asumen su camino de fe, reflejado en la Ciudad Santa de La Meca, con su Kaaba o Piedra de Dios, que él mismo construyó y purificó con su hijo Ismael: «Y acordamos con Abrahán e Ismael que purificaran Mi Casa para los que dieran las vueltas, para los que acudieran a hacer un retiro, a inclinarse y prosternarse. Y dice luego Abrahán, pidiendo a Dios: Haz, Señor, que nos sometamos a ti (= que seamos musulmanes), haz de nuestra descendencia una comunidad (= Umma) sumisa a Ti, muéstranos nuestros ritos y vuélvete a nosotros. Tú eres ciertamente el Indulgente, el Misericordioso. Señor, suscita entre ellos a un Enviado de tu estirpe que les recite tus aleyas y les enseñe la Escritura y la Sabiduría y les purifique. Tú eres el poderoso, tú eres el sabio» (Corán 2,127-130).
2. Sacrificio del hijo (Gn 22) ( Isaac, sacrificios, Jefté). Dentro de la tradición bíblica, Abrahán es el primero y quizá el más grande de los símbolos de Dios. Tuvo un hijo y pudo pensar que el futuro era suyo (como Adán/Eva de Gn 2–3 piensan que es suyo el árbol del paraíso). Pues bien, Dios se lo pide: le dice que renuncie al fruto de su vida, que renuncie a lo más querido (que es su hijo), y él está dispuesto a renunciar. (1) Texto. En el fondo de ese pasaje sorprendente (Gn 22) se pueden oír resonancias de viejos recuerdos paganos: los hombres del entorno habían ofrecido a Dios sus primogénitos, como recuerda la misma Biblia. Pero la gran aportación de nuestro texto no es la posible pervivencia de un ritual de sacrificios, sino el gesto de obediencia radical del padre, es decir, de Abrahán, y la sustitución del sacrificio del hijo: «Dios probó a Abrahán. Le dijo: ¡Abrahán! Éste respondió: ¡Aquí estoy! Y Dios le dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único hijo, Isaac, a quien amas, vete al país de Moria y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. Abrahán se levantó muy de mañana, ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus siervos y a Isaac, su hijo. Después cortó leña para el holocausto, se levantó y fue al lugar que Dios le había dicho. Al tercer día alzó Abrahán sus ojos y vio de lejos el lugar. Entonces dijo Abrahán a sus siervos: Esperad aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a vosotros. Tomó Abrahán la leña del holocausto y la puso sobre Isaac, su hijo; luego tomó en su mano el fuego y el cuchillo y se fueron los dos juntos. Después dijo Isaac a Abrahán, su padre: ¡Padre mío! Él respondió: ¡Aquí estoy, hijo mío! Isaac le dijo: Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto? Abrahán respondió: Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos. Cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, Abrahán edificó allí un altar, compuso la leña, ató a Isaac, su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. Extendió luego Abrahán su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Entonces el ángel de Yahvé lo llamó desde el cielo: ¡Abrahán, Abrahán! Él respondió: ¡Aquí estoy! El ángel le dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo. Entonces alzó Abrahán sus ojos y vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos en un zarzal; fue Abrahán, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo» (Gn 22,2-13). (2) Sacrificio de Dios. El don del hijo. En un primer nivel parece que Dios nos quita al hijo: nos pide aquello que más queremos, para así liberarnos del mismo deseo posesivo. Nos pide lo más íntimo y propio, para que así descubramos que nada es nuestro, es decir, que nada conseguimos por imposición, en un nivel de lucha, dentro del talión o ley del mundo. Conforme a los principios del puro talión, no se podría haber mantenido la humanidad sobre la tierra: el mundo seguiría siendo campo de batalla, deslizándose siempre hacia la muerte. Allí donde cada uno queremos mantener lo nuestro corremos el riesgo de enfrentarnos todos, en espiral de muerte. Pues bien, superando ese nivel, este pasaje nos lleva, de forma sorprendente, al lugar en el que podemos confiar en Dios y escuchar su palabra por encima de esa misma espiral de muerte. En este Abrahán anciano, que cede todo ante Dios y que está dispuesto a sacrificar en la montaña su última esperanza, viene a desvelarse la hondura del nuevo comienzo israelita, asumido por judíos, cristianos y musulmanes. Unos y otros nos sabemos vinculados al patriarca de la fe, que sube a la montaña para ofrecer a Dios aquello que más quiere (todo lo que tiene). Es evidente que en el fondo del texto se pueden recordar historias de muertes y sacrificios humanos, como sabe bien la Biblia israelita. Pero la aportación de Gn 22 no es el recuerdo duro de los sacrificios antiguos de hijos o hijas, sino el nuevo gesto de obediencia radical del padre Abrahán. En un primer nivel parece que Dios nos quita al hijo: nos pide aquello que más queremos, para así liberarnos del mismo deseo posesivo; pero no lo hace para abandonarnos al vacío de la desesperación, sino para poder acceder a un nivel más hondo de confianza en Dios. Se hace así posible un tipo de paternidad distinta, expresada y realizada en dimensión de fe: «por no haberte reservado tu único hijo, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes... » (Gn 22,17). (3) Una vida de fe. Sólo porque ha puesto en manos de Dios a su propio hijo, sólo porque ha entendido y expresado su vida como un gesto de confianza radical en la Vida de Dios, esperando contra toda esperanza, Abrahán puede desvelarse como padre en fe (desde la fe) para todos los creyentes. Por vez primera, dentro de la Biblia, viene a expresarse de esa forma el sentido de una paternidad creyente, en ámbito de gracia. Ciertamente, Eva se había desvelado como madre de todos los vivientes (Gn 3,20); pero ella se movía (al menos en principio) en un nivel de engendramiento biológico. Adán y Noé podían llamarse padres; pero ellos no habían suscitado un futuro de fe para sus hijos. Sólo ahora, allí donde Abrahán ha renunciado a todo, incluso a lo que Dios mismo le ha dado, mostrándose dispuesto a sacrificar incluso su esperanza (su mismo hijo), ha expresado Dios su más intensa paternidad materna, abierta a la esperanza y gracia de lo humano. Abrahán se vuelve así espejo del Dios que toma la iniciativa y abre en medio de los hombres un camino de esperanza en el comienzo de la Biblia.
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